Siempre es nuevo el amor. Siempre es nuevo
porque siempre somos distintos nosotros, y en cada momento, en cada
acontecimiento, expresamos y vivimos nuestro amor desde lo que somos y desde lo
que son aquellos a quienes amamos.
Amó Jesús abrazando al leproso y mostrándole
el amor del Padre, que Él creía que lo tenía condenado. Amó Jesús anunciando el
Reino de la justicia y la misericordia a los pobres de Galilea. Amó Jesús a
Pedro y a Andrés, a Juan y a Santiago, llamándolos a ser protagonistas, con Él,
de su misión. Amó Jesús denunciando injusticias e interpelando a la conversión
a quienes tenían oprimidos a sus hermanos por sus intereses o su ideología. Amó
Jesús dejándose apresar y torturar, entregando su vida a los hombres,
teniéndola siempre entre las manos del Padre. Amó Jesús entregando su paz y su
amor resucitado a sus discípulos…
“Amad como yo os he amado”, nos exhorta
Jesucristo; y en Él tenemos el modelo de cómo nuestro amor ha de ser como el
agua, que al regar el rosal lo cuaja de rosas, y al calar hasta las raíces del
olivo lo hace regalar el aceite de sus aceitunas. Por eso el amar nunca está
aprendido del todo. Siempre será entrega de lo mejor de ti mismo; y deseo de
que el otro crezca, y se desarrolle, y cumpla el plan que Dios tiene para Él;
siempre será humilde y paciente; y siempre será inquieto y lleno de esperanza.
Pero siempre será nuevo.
Por eso piensa cómo tienes ahora que amar
–a los tuyos, a todos-, para que seas sincero reflejo del eterno Amor del
Padre.