Todo movimiento, incluso la Iglesia,
parece que necesita de líderes carismáticos para atraer nuevos adeptos, para
consolidar los que tiene, para hacerse un sitio en el mundo. Un líder
carismático manifiesta seguridad en lo que dice, convicción y sinceridad;
propone sus ideas con claridad y persuasión y, si es necesario, cabalga
contradicciones –que las ambigüedades de su vida no desdicen el ideal que
proclama-. Muchas veces se escucha este
vocablo de “líder carismático”, pero pocas veces se habla de los “servidores
carismáticos”; y, sin embargo, los cristianos somos servidores carismáticos:
servidores de Jesús, de su Proyecto y del prójimo.
Un servidor carismático ha recibido de lo
alto un carisma, un don, una llamada a recrear con su vida y con su persona el
mundo en el que vive. Profundamente consciente de sus limitaciones y
debilidades confía, no en sí mismo, sino en Aquel que lo llama a construir su
Reino. Alegrándose en la valía de todos los que lo rodean, se complace en que
los otros tomen protagonismo, tengan propia iniciativa y busquen ponerse al
servicio de Quien también los llama. Un servidor carismático une a la humildad
la valentía porque experimenta en sí una fuerza que lo impulsa a actuar a
hablar, sin pararse en cálculos pragmatistas. Un servidor carismático no duda
en callar para que otros, también desde su carisma de servicio, iluminen con la
luz de Jesucristo.
El Espíritu Santo tiene 7 dones, que es
como decir que para cada uno tiene el don que necesita para vivir humilde,
creativa y servicialmente tu vida. También para ti; no lo dejes baldío.
Imagen de Cathopic.