Prueba testifical (Juan 24,46-53),
comentario al Evangelio del domingo 2 de junio del 2019.
Seguramente habrás visto en algún medio de
comunicación escenas del proceso judicial a los miembros de la Generalidad de
Cataluña enjuiciados por declarar la independencia de aquella comunidad
autónoma. A todos nos ha llamado la atención la firmeza con que el juez
Marchena recrimina a los testigos cuando comienzan a hacer valoraciones
políticas, o cuando intentan exponer opiniones personales en torno al llamado
“procés”. “A un testigo sólo se le pide que de razón de lo que ha visto y ha
oído, de lo que ha presenciado”, suele ser su frase habitual.
Los creyentes hemos de ser testigos de la
fe atendiendo a esa admonición del juez Marchena. Algunas veces ofrecemos
largos razonamientos que no interesan mucho, y que no mueven a conversión a
nadie. Otras veces refugiamos nuestra fe en una religiosidad que tiene más de
cultura y tradición que de experiencia personal de encuentro con Jesús. Si en
un “juicio” tuviéramos que dar testimonio de quién es y ha sido Jesús para
nosotros, qué diríamos.
Y ya sabéis: no valen largos razonamientos
teológicos; no valen sentimentalismos subjetivos que no se pueden compartir;
tampoco son admisibles en ese testimonio las tradiciones culturales o
folclóricas de nuestro pueblo que pueden ser unas u otras. Lo único que tiene
validez en tu testimonio evangelizador es narrar lo que tú has vivido al seguir
a Jesucristo en tu vida, cómo te encontró Él y cómo te dejaste encontrar, cómo
te cambió la vida y cómo te hizo una persona nueva, cómo lo pudiste ver cuando
entraste en la comunidad cristiana, cómo tantas veces te inundó de paz y
valentía su Santo Espíritu.
La comunidad, dando testimonio de servicio y entrega, frente a la adversidad.