Opresión o autodeterminación (Juan 14, 15-21)

Ni siquiera en política los problemas pueden plantearse de forma maniquea, como si la realidad fuera blanca o negra; cuando, en verdad, se conforma con el sinfín de tonos que nos muestra el arco iris. Ni siquiera en política; mucho menos en la vida más compleja y rica en matices que es la vida personal.


“O aceptas las normas, o vives en libertad”, así podríamos expresar una disyuntiva falsa que se plantea en la inmadurez de la adolescencia, pero que sigue acompañando nuestra inmadurez toda nuestra vida. Y, de forma inmadura, interpretamos nuestra vida basculando entre lo que nos imponen las circunstancias o las personas con las que vivimos, y lo que hacemos imponiendo nosotros nuestra voluntad. La vida, entonces, se nos muestra como una guerra, en la que normalmente perdemos. Acto seguido buscamos compensaciones egoístas e individualistas, que, las más de las veces, no nos construyen, ni nos hacen bien, ni a nosotros ni a nuestras familias.

La vida no es imponer o que me impongan. La vida es sembrarse con amor dónde y con quién Dios te llama, para ir dando fruto, o como poco, para ir oxigenando el aire. La vida es acoger el soplo del Espíritu que te lleva a entregarte por los que amas, por los que te necesitan. Como en el amor, vivir es decidir ponerte en manos de otro, sabiendo que la única manera de ser tú mismo; entregarte al otro como único camino de recuperarte.

Envíanos, Señor, tu Espíritu, que nos defienda de nosotros mismos; de nuestra inmadurez, de nuestras cobardías. Haznos fuertes para afrontar nuestra vida plenamente, sin necesitar compensaciones que nos entristecen. Haznos sabios en la ciencia de nuestra propia vida.